en la que estaba soñando
desde que conoció a un par de ciclistas trotamundos. Las ciru- gías, la
recuperación, todo el proceso para volverle a su lugar el lado derecho de la cara
tomó diez meses. Y ella, que ahora tiene 28 años, daba gracias a Dios:
- Si me hubiera quebrado las caderas, las piernas u otra parte del cuerpo, no sé cómo lo hubiera
tomado. Para mí hubiera sido grave si no pudiera caminar o si el accidente me hubiera impedido correr,
pero sólo era mi cara - dice, muy seriamente, esta gringa de rostro simétrico y ojos dulces.
Poco tiempo después, Kristin se lanzó a pedalear. Comenzó en Alaska y continuó bajando por todo el
continente hasta que, hace un par de semanas, pasó por Santiago. En suma, la suya es una travesía
de 17 mil kilómetros a lo largo de 13 países, cargando 35 kilos en un remolque y avanzando cien
kilómetros cada día.
- ¿Por qué, Kristin? ¿Para qué?
- Cuando estaba en Honduras como voluntaria de los Cuerpos de Paz de mi país, conocí a una pareja
que estaba viajando en bicicleta. Ahí se me ocurrió esta campaña para mezclar varias cosas a la vez:
conocer el mundo, practicar ejercicio, que me gusta mucho, y ayudar a proteger el planeta.
- ¿Cómo así?
- Claro, porque con la bicicleta se me acerca la gente, me quedan mirando, me preguntan adónde voy,
de dónde vengo, y yo les cuento y les doy un mensaje ecológico. Antes me enojaba mucho cuando alguien
tiraba basura o una colilla de cigarrillo a la calle, pero con el viaje me di cuenta que enojarme no
es la manera correcta de crear conciencia sobre el medio ambiente.
La chica ecológica reunió alrededor de ocho mil dólares para imprimir folletos, lápices y volantes,
además de diseñar un sitio web (www.earthcycle.org) y financiar la travesía que duraría un año. Ahora,
cuando el plazo está por cumplirse, luce un par de pantorrillas de acero, habla un castellano pulido y
saca sus primeras conclusiones:
- Me impresionó mucho el estado de Oregon. Allí los políticos están bastante metidos en la protección
del medio ambiente y están apoyando la construcción de nuevos carriles en las calles para las bicicletas.
También quedé bastante impactada con Cali, en Colombia, primero porque mis expectativas eran muy bajas
y segundo porque me encontré con un mundo que por suerte no ha sido tocado por Estados Unidos. Incluso
la gente me pareció distinta. En Centroamérica, los hombres están sentados en la calle y no tienen
nada mejor que hacer que lanzarles piropos a las chicas cuando pasan. En Cali es muy diferente: estaban
tan ocupados en sus trabajos, en sus vidas, que ni nos miraban (a ella y Susan, otra gringa que se sumó
al viaje en México). Costa Rica también fue una sorpresa. A diferencia de sus vecinos, no han malgastado
su tiempo en guerras, sino en construir su país. Y lo han hecho con bastante éxito. Tienen conciencia
del reciclaje de la basura y, no sé, hasta las calles son distintas.
- Es curioso que justo una estadounidense, es decir una persona que viene de uno de los pocos países
que no firmó el Protocolo de Kyoto, pregone la defensa del medio ambiente.
- Muchas veces me dio pena (vergüenza) decir de dónde vengo. No me gusta mi presidente y creo que cuando
el gobierno funciona, funciona bien: puede aplicar leyes efectivas en la defensa del medio ambiente.
Ahora, mientras sufrimos por este presidente, somos nosotros, las personas, quienes podemos hacer algo
para mejorar el planeta. Por eso me decidí a hacer esta campaña. Nosotros mismos debemos ser responsables
de nuestros actos.
- Pero es más fácil tener conciencia ecológica si cuentas con dinero y educación.
- He pensado mucho en eso. Viviendo en Honduras me di cuenta de que hasta cierto nivel no se trata de
una cosa de dinero, sino de iniciativa. Y con esto no estoy diciendo que un campesino que trabaja duro
en su finca sea haragán. Lo que digo es que no cuesta dinero no botar basura. Incluso cuesta menos dinero
usar la basura de otra manera, para preparar abonos orgánicos, por ejemplo. En vez de depender de las
semillas que nos venden en las grandes ciudades, y que tratan de vendernos muchas más cosas que las
que necesitamos, podemos separar la basura, juntar la que es orgánica y preparar el abono que necesitan
los campos.
- En tus 17 mil kilómetros de travesía, ¿dónde viste el mayor desastre ecológico?
- En Zihuatanejo la bahía está muy contaminada. Vienen los cruceros y descargan sus desechos, incluso
los excrementos. Ya no se puede nadar. Pero en todo el viaje lo que más me impactó fue el humo de los
camiones. No lo digo sólo porque me lo lanzaban en la cara cuando iba en bicicleta, sino porque no es
tan difícil impartir reglas y leyes al respecto. En Centroamérica vimos mucha gente cambiando la bocina
o las ruedas de su carro, pintando sus autos de colores, así que tienen el dinero y, si quisieran,
podrían asegurar que lo que está saliendo de su tubo de escape sea limpio. Pero no lo hacen ni lo
van a hacer mientras no haya legislación al respecto.
- Parece que Centroamérica no te gustó mucho.
- No, no, lo que pasa es que los hombres son muy pesados, tan sin respeto. No lo puedo entender. En
Guatemala, donde los hombres son muy feos, nos tiraban besos y nos decían groserías todo el tiempo.
Uf. Estaba tan enojada. Y las mujeres nos preguntaban por qué tanto, pero es que yo no me voy a sentir
mejor, ni más mujer ni mejor persona porque hombres que no conozco me griten en la calle. Tuvimos que
esperar a llegar a Sudamérica para ver hombres más lindos.
- ¿Y? ¿Los encontraron?
- Sí, en general sí. La única excepción fue en Perú, cuando estábamos en el sur del país, cerca de
Moquegua, y los policías nos gritaban groserías con sus micrófonos. Si fuera un camionero, lo
entendería, pero ¡eran policías!
- Hablemos del pedaleo. ¿Qué país latinoamericano tiene mejor infraestructura para los
ciclistas?
- El Salvador, aunque no exista una política de gobierno sobre los ciclistas. Lo que pasa es que
hay menos gente, así que las bermas tienen más espacio. Después de una guerrilla de casi doce
años, están viviendo una etapa de recuperación y ahora es un país muy tranquilo. Y en Chile
estoy impresionada con los camioneros.
- ¿Por qué?
- En general, los camioneros son nuestros amigos. Ellos saben cuánto miden sus camiones, por
dónde pueden entrar y por dónde no, así que nos dejan espacio en las carreteras. En Chile no
sé si es por la gente o qué, pero nos han tratado muy bien. Incluso cuando cruzamos todo Santiago,
y aunque nos habían advertido que tuviéramos cuidado, no tuvimos ningún problema.
- Viajas con un remolque que pesa más de treinta kilos y pedaleas un promedio de cien kilómetros
diarios. ¿Recuerdas cuál fue el día más exigente, desde el punto de vista físico?
- Por supuesto: la Cordillera Blanca, en Perú. Tuve la subida más difícil de mi vida, cerca de
Huaraz. Estuve subiendo por una misma calle durante dos días y medio. Fueron más de sesenta
kilómetros. Subía y subía y cuando creía que ya se iba a acabar, que vendría un plano, había otra
cuesta más. ¡No terminaba nunca! Iba con mi remolque atrás, atravesando puentes de palos con cuidado
para evitar que se diera vuelta. Fue muy difícil.
Para quienes les cueste imaginar cómo son los días de una mujer caracol, que lleva a cuestas todo lo
que necesita, digamos que en el remolque de Kristin van una carpa, un saco de dormir, un guatero, una
olla, un anafe, gas, repuestos para las llantas, lubricante para la cadena y algo de ropa. La ciclista
lleva también comida para tres días, entre cereales, leche en polvo, té, mantequilla de maní, arroz y
mermelada. Lo demás lo va comprando cuando lo necesita. Fuera de eso, la ciclista americana se preocupa
de hacer unos 200 abdominales cada noche y otras tantas lagartijas. Si no, dice ella, no hubiera podido
pedalear diez horas diarias durante un año.
- ¿Qué es lo primero que vas a hacer cuando regreses a casa?
- Espero ver a mi familia en el aeropuerto y después dedicarme a mi gran proyecto: pintar mi
casa.
- Bastante corrientes tus aspiraciones ¿no?
- Sí, es muy cómico. Una persona que va a una oficina todos los días debe soñar con el viaje que yo
estoy haciendo, pero yo estoy soñando con pintar mis paredes.
- Y después de tanto esfuerzo, ¿crees que cumpliste con tu objetivo de ayudar a crear mayor conciencia
ecológica?
- Creo que sí. Nunca lo voy a poder medir, pero cada vez que una persona se impresionó con mi viaje o
leyó uno de los folletos que le entregué, debe haber pensando en el tema por lo menos un día. Y si eso
ocurrió con una persona, ya el viaje fue útil.
|